AÑORANZAS

Me visto de dulce añoranza al recordarte,
ahora que ando por estos mundos sin rumbo,
ahora que me echo tanto de menos,
ahora que oigo tu voz perdida en un tiempo
en el que sin ser aún nada
lo era todo.

Si supieras que de tus enseñanzas
aún sigo sacando provecho,
que recuerdo como cuidabas cada frase,
como nos fuiste moldeando
en una expresión tan importante.

Mi querida y admirada profesora
de tiempos de miel y rosas,
¿cómo no iba a dejar aquí constancia
de lo que te debo,
de lo mucho que te aprecio?

Siempre optimista,
con esa vitalidad que nos contagiabas,
con la que día a día nos impulsabas;
con esa manera tan particularmente sencilla
y directa de resolver al instante
cualquier dudas o problema;
con esa mezcla de carácter y humanidad
que dejabas reflejar.

Confiaste en mí más que yo misma
desplegando ese gran abanico
de futuras posibilidades
que generosamente me otorgabas.

La vida nos depara sorpresas,
casi nunca es como planeamos,
como esperamos, como deseamos.
Nos hace cambiar de tren
sin que sepamos el rumbo exacto.

Por suerte la vida también nos besa
en la mejilla con felices casualidades.
¿Quién me iba a decir a mí
que de las alturas de las blancas nieves
pasaríamos a encontrarnos al ras del mar?

Fue tu voz la que una vez más me llamó.
De inmediato te vi enfrente de mí,
y fue profunda la emoción que sentí
mientras nuestras preguntas se cruzaban
ansiosas al viento.

En mi mente no paraba de revolotear
aquel querido profesor mío,
fue inevitable no tenerle dentro
en esos momentos,
mas la prudencia o la timidez
hizo que no supiera nada de él.
Su nombre me lo callé.

Ese fortuito encuentro
con aquella inolvidable profesora
una noche de verano junto al mar,
me supo a agridulce meta alcanzada,
a añoranza,
a sensación de haberme perdido
por un camino que no era el mío,
a comprobar que la vida
no tiene marcha atrás
y que debemos asumir
cada uno de nuestros pasos
al caminar.